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La carta del biógrafo de tu ocaso

febrero 28, 2010

Cundo te conocí, tu cuerpo empezaba a despegarse del rugoso lienzo de la supervivencia. Si hubiese sabido que sólo vivirías poco más de un año luego de conocernos, te hubiese lanzado mis tímidos besos muchas veces más, hubiese rosado tu mano agujereada muchas veces más. Pero ni siquiera te vi partir. Mas ví tus pies secos y transparentes y vi tu boca ancha dejando salir  el último aliento de tu alma incomprendida. “Hay un muerto” vociferabas supersticiosa, y te cuidabas de la mala vibra. Pero hoy no hablaré de muerte, no hablaré de la cosquilla del comediante. Contaré la historia de tu vida enferma y guerrera, la que vi pasar fugaz.

El supuesto ángel que irrumpió en tu casa

Habías llegado cansada la noche en que estrechamos miradas por vez primera. Luego entenderé que el cansancio era huésped eterno en tu cuerpo de bambalina. Allí reconocí tu sonrisa en los labios de tu preciosa hija. Recuerdo, un día, alzar mi cabeza y ver en la ventana tu rostro risueño con aliento a felicidad ajena,  la de tu hija que me besa en la mañana antes de partir a la playa. En ese momento luchabas con tus rodillas para asomarte. Pronto no aguantarían más el peso de tus comejenes internos.

“Él es un angelito que llegó a mi casa” oiré referirle a una de las enfermeras sobre mí en el congelamiento de algún cuarto clínico. La muerte te hacía las primeras caricias. Sentí que me querías, que me aceptabas para amar a tu sobreprotegida hija.  Junto a ella sufrí el infierno de tu casa, los gritos desgarradores de tus entrañas palpitantes, los llantos impotentes de todos sus habitantes; me adentré a ese túnel sin salida de un amor encarcelado, al verdadero amor a muerte. Y entonces no me sentí como ningún puto ángel; ¿Había llegado yo a esa casa como representante del otro lado a supervisar tu ocaso?

Nunca más caminaste libre. De la andadera de los hombros prestados pasaste a una de aluminio. Y como el aluminio, tus tendones se fundieron y te enviaron a la misma cama donde te quedarías dormida para siempre; la cama eterna, tu cárcel, tu circo, tu consultorio, tu cuarto de torturas. En las intermitentes ocasiones en las que la enfermedad te daba tregua, cerrabas tus ojos y emanabas esos ruidos carraspeados que obscurecían los de mis pasos en las escaleras cuando yo bajaba de madrugada y celaba el grito de la puerta de entrada para no despertar otra vez tu infierno.

Fueron mis peores experiencias las de tus terroríficas recaídas. Nunca antes sentí tanto miedo. Más que todo por la muchacha que amo, la misma que nos presentó. Esos gritos todavía retumban, esos relatos impotentes nadie me los quita.  Y luego de tus increíbles victorias sobre la mala hierba en tu ser, todavía jadeando y lloroza, acariciabas el pelo rebelde de Moni, de tu tremenda tarajalla, y se destilaba la sensibilidad que siempre trae el olor a muerte: “Héctor…será que ahora me la cuidéis vos”

Cual guerrera del día a día nunca te rendiste, así lo negaran tus secas pero sincerísimas contestas:  “Cómo está señora Alicia?” “Viva…” “Aquí…llevándola” Guerreabas contra el agotamiento con tus calculadas provisiones de píldoras multicolores y tus espadas de insulina. Quizás, ahora, descansas de esta guerra, pero también lo dudo. Quizás sigas intranquila preguntándote por la mirada perdida del que visita tu casa, por mis uñas mordidas, por los ojos sangrientos del otro. Te preocupabas tanto por cada caso externo para olvidar ese dolor que se incrusta en tu adentro… El control inquebrantable de tu alrededor era tu morfina.

El herrero que nunca fue

Las batallas te premiaron con terreno. Ganaste una silla de ruedas y una terapia esperanzadora con los cubanos. “Héctor, ¿sabes de un buen plomero?…¿sabes de un carpintero?…¿sabes de un herrero?»- Nunca me sentí tan útil en encontrar gente más útil.- “¡Pero que no deje los crespos hechos no joda!” Que vaina que el herrero que encontré nunca pudo llegar a instalarte los apoya manos que tanto imaginaste en un futuro con piernas, para seguir aferrándote a la vida!. ¡Que vaina que esas escaleras fueron para ti una pintura empotrada los últimos meses de tu ocaso!.

Extrañaré tu café tardecito. Extrañaré el Panorama frío sobre tus sábanas. Extrañaré tu racimo de cambures y las conversaciones que me sacabas luego de un “¡ah, te tocó bañarte hoy!”. “Héctor, esta señora me dijo que cómo podría ser yo Chavista siendo tan inteligente, profesora universitaria y de más…y yo le decía: ¡pero si precisamente por eso es que estoy con la revolución” Y gracias a ella bailaste, en tu último sábado, Viva Venezuela, mi patria querida, allá en Las Laras. Ese fue el día en que Moni y yo aprendimos, ¡al fin! la manera perfecta de meter la silla de ruedas en la maleta, así ésta ocupara dos asientos traseros de mi carrito.

Ese día comiste prohibidos tostones y ni te prohibiste pararte de tu silla por unos segundos al son de los tambores de tu Venezuela amada; la recorriste toda, volante en mano, junto a tus dos hijos. Pero sabías que no se pondría celosa de tu próximo viaje a Europa, que habías reservado ya, a cuenta de un realero de neuronas.

Qué enigma que te fueras en medio de tanta mejoría…huiste, pues. Recuerdo la noche antes de que partieras, que dijiste “Ya no me duele” mientras escuchábamos Te veo venir soledad, de Franco De Vita, el soundtrack de tu divorcio. La cantamos juntos y la cantaremos, seguro, cada vez que la escuche de ahora en adelante…cuando ya no duela por dentro ni por fuera.

Ya no te duele.

Para Alicia Josefina Gonzalez

2 comentarios leave one →
  1. junio 1, 2010 11:14 am

    Conmovedora carta…

  2. Gisela permalink
    octubre 28, 2010 4:41 pm

    Es inexplicable, lo mucho que tenía que ofrecer, ella tan sonriente a pesar de los males que ya describistes detallada y minuciosamente! Recuerdo y añoro esas conversaciones tan lindas que sostuve con ella! Amo la manera tan perseverante que día a día llevaba con ella, para sonreir, para luchar y para amar al más cercano y al desconocido!

    Por muy poco que la conocí, sé que ella concordaría conmigo en que no importa la cantidad, sino la calidad del tiempo que le dedicas a los que te rodean!

    Eternamente, Alicia!

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